domingo, 20 de junio de 2010

De ida y vuelta

Dejé de escribir por mucho tiempo, tengo que echarle la culpa a la tesis, sí decidí no esperar más y titularme, o algo así, el asunto es que tuve que hacer correcciones, correcciones y más correcciones, de tres borradores se hicieron 6 y tengo todavía la sensación de que lo que imprimí y encuaderné es otro borrador un poco menos burdo.

En fin, para poder realizar el cometido, regresé a México. Por razones sobre todo económicas, me di un mes para titularme, según yo ya casi tenía todo listo. Sólo faltaba imprimir la tesis y juntar algunos papeles, firmas y sellos. ¡Qué ilusa! No sé por qué pensé que conseguir una firma en México era sencillo, ni que decir de los sellos. El tiempo pasó rápido y logré mi cometido sin entrar en pánico, o por lo menos no como esperaba, el examen lo disfruté y vencí el “tiempo mexicano”. Sin embargo, deseaba tener unas vacaciones, disfrutar de mi gente, de la comida y del lugar, como esto no sucedía cada vez que me quejaba alguien me recordaba: “Pero viniste a titularte, no de vacaciones”. ¿Por qué todo el mundo lo tenía tan claro menos yo?

Cuando volaba hacia México estaba un poco nerviosa, mil cosas pasaron por mi cabeza: ¿Querré regresar a España después de pisar otra vez mi país? ¿Qué haré con el tiempo de sobra para no pensar en el examen? ¿Me dará un ataque de nervios en el metro Hidalgo después de haber vivido meses de tranquilidad? La verdad es que los nervios eran infundados, en primera no hay nada como estar en casa y ahora mi casa está en Tarragona, por otra parte no tuve tiempo de sobra y además no me podía haber dado un ataque nervioso porque sucedió algo que nunca pensé podría pasar. Bajé del avión y en cuanto tuve contacto con la primera persona de México, y eso que era la indiferente señorita de migración, sentí algo difícil de explicar. Lo entiendo como si dentro de mi tuviera engranajes que no encontraban su lugar hasta que pisé tierras mexicanas y se volvieron a conectar, entonces algo dentro hizo clic, y comencé a moverme con facilidad, como si supiera cómo y qué hacer, como si fuera parte de algo, una sensación rara y evidentemente, difícil de explicar. Ese era mi lugar, sentí lo que desde hace muchos meses no había sentido y no sabía que existía, es la sensación de pertenecer y, que raro es eso.


En el avión de regreso a Paris pensé en esa sensación que otra vez iba a dejar, pero en el momento en que pisé el aeropuerto francés y me enfrenté al desdén del señor de migración me inundó otra igual de fuerte, de adrenalina, desconocida y buena, una sensación que podría llamar de aventura si es que eso existe. Me emocioné por regresar a lo desconocido, a volver a: no saber como funcionan las cosas, a aprender y descubrir. Sí, regresé optimista y con mi maleta llena de latas de chiles, salsas y más chilitos.